Cuento

 Las naranjas mágicas

Cuentan los ancianos del lugar que hace ya mucho tiempo, reinaba un arrogante y engreído rey. El rey disfrutaba presumiendo de sus tesoros, riquezas y pertenencias y solía despreciar a sus súbditos. Era además un rey muy egoísta, cuyas ansias de recaudar riquezas, los mejores manjares, las más bellas joyas, eran inmensas. Todos trataban de no disgustar al rey y de obtener sus favores.


Solía organizar concursos entre los ciudadanos del reino para que estos le mostraran objetos, comidas, tejidos y elegir los mejores de todos para su disfrute. Ofrecía suculentos premios a aquél que le otorgase el objeto más valioso, original o deseado. Un día organizó uno de sus concursos, con el fin de obtener el mejor manjar, puesto que una celebración importante se acercaba y quería sorprender a sus invitados.


Muchos fueron los que se presentaron con suculentos manjares, los más elaborados platos, exquisitos y deliciosos sabores. Pero el rey descartaba todos, uno a uno, quería algo realmente sorprendente, algo nuevo, algo que cautivase a sus invitados.


La noticia del concurso se extendió por todo el reino, llegando a los oídos del pequeño Alex. Alex era un niño que vivía con su familia en una humilde casita. Eran muy pobres y apenas tenían pertenencias, pero tenían un naranjo en su casa. Alex escuchó la noticia del concurso del rey y se le ocurrió una idea, cogió una bolsa y la lleno de las mejores naranjas de su árbol. Con la bolsa llena de naranjas se presentó ante el rey.


Cuando el rey comprobó que lo que el niño llevaba en la bolsa, eran unas cuantas naranjas entró en cólera y a punto estuvo de echar al pequeño Alex. Pero el niño rápidamente le explicó:

-Mi majestad, no se enoje. Estas naranjas, pueden parecer unas simples naranjas, pero no se equivoque son el mejor manjar que usted puede presentar en su celebración. Son unas naranjas mágicas. Aquel que las prueba experimenta un bienestar inmediato, se vuelve más bello y mucho más inteligente.


El rey abrió sus ojos, atónito, y aun algo incrédulo dijo al niño:

– ¿Cómo puede ser eso? ¿Cómo no había escuchado antes hablar sobre esas naranjas?


El pequeño Alex, se dispuso a demostrarle que las naranjas eran mágicas. Comió solo un gajo de las naranjas y una increíble sonrisa apareció en su rostro, pareciendo realmente más contento y más guapo. Y Alex dijo:

– Me noto mucho más inteligente. Ahora sé que dos por dos son cuatro y antes no sabía multiplicar. También sé que los pingüinos viven en el polo norte y eso que nunca he estado allí y que el sol sale por el este y se esconde por el oeste.


El rey estaba asombrado, aquellas naranjas eran realmente mágicas. Probó una de ellas y aunque en un principio no notó nada, no quiso ser él, la única persona con la que esta magia no funcionase. Al rato empezó a sentirse más guapo, más feliz y más inteligente. Ofreció las naranjas en el banquete y todos lo invitados quedaron muy contentos.


El rey termino con las naranjas y cada semana encargaba una nueva bolsa al pequeño Alex. Al cabo de un año de comer naranjas, el rey se hizo más guapo, más listo y era más feliz, incluso cambio su carácter, ya no era tan arrogante y engreído, era mejor persona. Y el pequeño Alex que recibía un buen pago por las naranjas pudo ganar mucho dinero para su familia, pudieron comprar una casa más grande y vivir mejor.


Una mañana el rey olvidó comer la naranja, al principio se asustó pensando que perdería todo lo que había ganado comiendo aquellas naranjas, pero enseguida comprobó que no las necesitaba que seguía siendo igual. Entonces llamó al pequeño Alex y le preguntó, a lo que el niño respondió:

– Mis naranjas siempre han sido mágicas, porque gracias a ellas te has hecho más guapo, más bueno y más listo. Pero su magia no es cómo tú pensabas, es incluso mejor. Tú creíste en ellas y al creer en ellas creíste en ti y te diste la oportunidad de mejorar.



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